Hoy voy a hablarte de la emoción. Sí, eso que a veces, en ocasiones especiales, sentimos. Eso que, en lo profesional, si no lo sentimos hace que nuestro trabajo sea algo así como una rutina triste.
Entiendo que no todos tenemos la suerte de que nos apasione nuestro trabajo. Entiendo que a menudo, el día a día, no nos permite ser conscientes de los detalles imprescindibles para seguir empeñados en el esfuerzo. Y entiendo que muchos ahora pensaréis que yo tengo suerte, porque trabajo para mi, haciendo algo que me apasiona y que a menudo me emociona… (si lo has pensado, pásate por aquí y entenderás lo que implica no tener jefe).
Decir que a mi me emociona mi trabajo suena pedante. Quizá sería más justo decir que me apasiona todo lo que tiene que ver con elearning. Una vez dicho esto, en mi trabajo, todo tiene que ver con elearning. Así que te voy a contar algunos detalles de esos imprescindibles sobre mi emoción.
- En mi estudio, el silencio acostumbra a ser mi compañía. Es parte indispensable del proceso creativo, del entorno que me permite pensar en cómo voy a hacer un curso. Es mi compañero de trabajo, es el que acaricia irremediablemente a la concentración. Y si no soy consciente de ello, no avanzo.
- En mi estudio, el tiempo sufre. No hay relojes, no hay alarmas, no hay avisos. Las agujas del reloj no aportan nada cuando te implicas en la elaboración de un contenido y cuando inicias un pequeño storyboard sobre las posibilidades del diseño que quieres o quieren que implementes.
- En mi estudio, el espacio se distribuye ordenadamente. Sin orden no hay ley, dicen, y yo añado que sin orden no fluye la creatividad, ni el grafismo, ni la programación, ni las nuevas ideas para mejorar los proyectos.
Si te fijas, el estímulo no está en ninguno de los contenidos de los cursos que tengo que hacer, el estímulo reside en las ganas de seguir aprendiendo, de seguir avanzando, de seguir creciendo y de encontrar esa solución que ayude a tus clientes y poder compartirla.
Aunque no te lo creas, pocos son los cursos de los que no me siento satisfecho y, los que me conocen, saben que no miento. Uno revisa lo que hacía 10 años atrás y lo que hace ahora y se siente satisfecho y se emociona. No es una emoción de lágrimas al estilo Semana Santa andaluza, no. Es esa emoción que se nutre del esfuerzo diario, la emoción que surge cuando has pensado algo que conlleva un trabajo sórdido y silencioso al que nadie le da valor pero que sin él no podríamos hacer el curso y que sale, una emoción que estalla cuando tus soluciones dan respuestas a las demandas de tus clientes, una emoción que aparece cuando el agotamiento psíquico te obliga a parar durante cinco minutos. Sí, es esa emoción que te transmiten con una llamada o un correo de agradecimiento y que te dibuja sonrisas absurdas.
Aunque para emoción, pero emoción de la que habitualmente conocemos, la que provoca escuchar esta voz en cualquier momento y en cualquier lugar. Con ustedes, Silvia Pérez Cruz y la emoción: