No es fácil ser gigoló… no, no lo es… y menos cuando eres el dueño de una floristería en New York. Pero la vida, y un amigo, me llevó a emprender esta nueva aventura.
La verdad es que al principio dudé de mis capacidades, dudé incluso de si valía la pena arriesgarse o si sería mejor continuar en mi floristería montando ramos de orquídeas, preciosos por cierto, para algún cliente despistado que osara entrar por la puerta.
Creo que incluso dudé de quién me lo propuso, que por cierto, es uno de mis mejores amigos y que me planteó algo así como “el 60 para tí y el 40 para mi”.
No sabía ni por dónde empezar. Conocía algo sobre el tema, pero no era capaz de imaginarme en qué consistía realmente. Pero, pensándolo fríamente, empezar un negocio con un cliente que te asegura una facturación durante los primeros meses es algo que te da cierta seguridad.
Así que le dije a mi amigo que sí, que adelante, que quería ser gigoló, bueno no, mejor, por el tema de la marca personal, aprendiz de gigoló.
Intentamos hacer un pequeño estudio de mercado y decidimos que nuestros clientes serían personas, preferiblemente mujeres, de clase alta, y que nos venderíamos de manera natural y discreta, pero dando valor a nuestra experiencia en los negocios. Decidimos también que nuestro cliente objetivo no iría más allá de nuestra ciudad, por un tema de disponibilidad y por comodidad, aunque dejamos abierta la posibilidad en un futuro de abarcar nuevas cuotas de mercado pues ambos creímos que el negocio era escalable.
Me preparé concienzudamente para mi nuevo proyecto. Estudié, busqué información, hablé con mi competencia, hice cursos de seducción y creatividad e intenté trabajar con un coach el tema de la empatía.
Y todo fue bien… hasta que mi bussines angel me propuso un cliente que no tenía previsto. No era el target con el que trabajábamos, pero me lo planteó como un favor personal. No me negué y lo tenía que haber hecho. Me traicioné a mi mismo y caí. Fueron unos semanas terriblemente angustiosas, pero ahora lo recuerdo y creo que aprendí. Aprendí de mis errores.
En este caso, emprender significó afrontar lo que parecía una crisis existencial y económica. Significó ser valiente. Significó aprender otra profesión, aprovechando lo que ya sabía de la mía. Significó un cambio de hábitos. Significó una apuesta por nuevas ideas. Significó confiar en mi bussines angel, que claro, si éste es Woody Allen, pues es como más fácil.
PD. He intentado hacer una parodia sobre un procesos emprendedor reflexionando sobre la película “Aprendiz de Gigoló”. Es una pequeña aventura creativa, disculpad las molestias.