¿Recuerdas a el señor Collignon? ¿Recuerdas a Georgette? ¿Y a Joseph? ¿Recuerdas a Suzanne? ¿Y a Philomène? ¿Recuerdas a Raymond? Todos ellos pasaban horas y horas alrededor del número 15 de la rue Lepic del barrio de Monmartre, en el “Café des 2 Moulins”.
¿Has pensado alguna vez en el placer de meter la mano en un saco de legumbres? ¿O en el placer de romper la capa de azúcar caramelizado de una “crème brûlée”? ¿O en como se puede sentir un ciego cuando le describes lo que ves y sientes mientras paseas por un mercado?
¿Has ayudado alguna vez a un pobre anciano obsesionado con un cuadro de Renoir y que hace décadas que no sale de casa a abrirle la mente y enseñarle el mundo? ¿Has sido capaz de hacer feliz a esa vecina inmersa en la depresión porque su novio la dejó hace 25 años y nunca recibió una carta de despedida?
¿Has secuestrado alguna vez a un gnomo de jardín? ¿Y lo has hecho viajar por el mundo con el objetivo de ayudar a quien más quieres? ¿Has pintado en la pared “Sans toi, les emotions d’aujourd’hui ne seraient que la peau morte des emotions d’autrefois” y con ello has hecho recuperar la ilusión a ese escritor que ya no escribe?
Y quizá, lo más importante… ¿Recuerdas que tú también tienes derecho a ser feliz?
A veces, uno se siente un poco Amèlie Poulain. Dedicarte al diseño instruccional y al diseño del aprendizaje y tener la suerte de que más de 30.000 alumnos al año aprendan con el resultado de tu esfuerzo y tu trabajo, provoca cierto vértigo en cuanto a la responsabilidad. Te centras en ellos y en quien te encarga el proyecto, en lo que esperan de tu trabajo, de tu diseño, de tus aportaciones, de tu pedagogía. Supongo que es algo inevitable, pues ser el responsable del aprendizaje de tantas personas y acertar en la transmisión del conocimiento no es tarea fácil. Quizá debería cambiar mi visión profesional, pero a mi no me sale hacer un proyecto sin pensar en ellos.
Enfrentarse cada día a contenidos variados y específicos, conseguir entenderlos para curarlos y darles un sentido pedagógico donde grafismo, tecnología y pedagogía convivan sin excesivos problemas, no parece tarea fácil. Y si a eso le sumas que debes ser lo suficientemente creativo como para saber encontrar la solución adecuada a cada uno de los objetivos que plantean y que además, la cultura organizativa de cada cliente es un mundo… ahí lo tienes: corres el peligro de ser un poco Amèlie Poulain y olvidarte que tú también tienes derecho a ser feliz.
Entiéndelo bien, feliz ya lo soy, y mucho… Aquí tratamos la felicidad de manera conceptual. Nos referimos a que necesitas pararte, observarte y analizarte para saber decir en algún momento que no, que debes parar para seguir hacia delante aportando nuevas soluciones. Sé que decir que no es complicado, pero es necesario.
Yo fui Amèlie durante algunos años, y me olvidé de mi “felicidad”. ¿Consecuencia? Perdí a dos clientes muy muy muy interesantes por decir que sí cuando debí decir quizá… y ahora recupéralos… Sólo me quedó pedir perdón, darles las gracias y aprender de los errores.
E-learning también es eso, aprender de los errores. Porque si tú, que eres el experto en el desarrollo de materiales para la adquisición de conocimientos no eres capaz de aprender, jamás conseguirás lo que consiguió Amélie Poulin. Sí, aquello de “Le fabuleux destin…”