En ocasiones, decir “NO” es un “SÍ” a futuro.
Hace un par de años, no sé ni dónde ni cómo, leí algún artículo de Eduardo Escofet y señalé la siguiente frase en el archivo “para reflexionar” que tengo en mi nube: “un gestor de proyectos debe ser capaz de tener todos los datos y herramientas necesarias para elaborar un buen plan de gestión, controlarlo, garantizar su seguimiento y lograr un buen producto, mismo que surjan cambios en el desarrollo del proyecto”.
Junto a esa nota apunté la siguiente reflexión: “La responsabilidad profesional versus el cliente y versus tu vida personal”.
Generalmente, cuando emprendes, te abonas al sí a todo: sí a trabajar muchas horas, sí a todos los proyectos que te piden, sí al estrés, sí a no cuidar tu salud, sí a llámame cuando quieras, sí a renunciar a tu tiempo libre…
Con el tiempo, aprendes a relativizar ese sí y deriva en un quizá, que, a mi entender, es una excusa que moralmente te ayuda a no renunciar a proyectos sabiendo que será un sí.
Pero en algún momento el quizá ya no sirve, no hay grises, y todo se resume en un Sí o en un NO.
Decir NO a un proyecto no es fácil, y más cuando ese proyecto, si sólo miras el rendimiento económico que supone, te puede arreglar medio año de facturación. Y quizá ahí resida el problema, que en eso de emprender, no todo debería ser la facturación o los beneficios económicos.
Unas semanas atrás, por ejemplo, nosotros dijimos NO a un par de proyectos que, precisamente, nos podían resolver lo que queda de año (a nivel económico).
Si te apetece, te explico las razones:
1.Tenemos unos compromisos que debemos respetar.
Nos alteraban otros proyectos ya comprometidos. Para nosotros, que nuestros clientes confíen en nuestra profesionalidad y servicio es la clave para que sigamos adelante. No importa que el proyecto sea grande, mediano o pequeño. Si hemos dado nuestra palabra, la cumplimos.
2. Ser conscientes de la dimensión de los proyectos.
El alcance del proyecto era aterrador. A nivel técnico, las demandas eran muy apetitosas y un reto mayúsculo, pero chocaba de frente con el timing propuesto por cada cliente. Para poder solucionar las demandas, necesitábamos más tiempo del previsto por ellos y, posiblemente, más presupuesto de lo que tenían previsto.
3. Los beneficios no son sólo económicos.
Los beneficios del proyecto se verían comprometidos. Al analizar los proyectos, los escenarios eran absolutamente desastrosos en cuanto a desarrollo técnico. No nos parecía viable, pues en cada uno de ellos, la implicación de todo el equipo de trabajo conllevaba el abandono de nuestras responsabilidades con otros proyectos y, lo que es peor, podía hipotecar algo que para nosotros es absolutamente sagrado: nuestro tiempo personal.
4. La visualización del resultado.
El resultado final sería un desastre. No seríamos capaces de dar el servicio que se espera de nosotros, se dibujarían problemas que comportarían discusiones y podríamos perder otros proyectos que estos mismos clientes nos encargan y, deberíamos renunciar a nuestro descanso profesional (léase 10 días de vacaciones) y personal (léase nuestro tiempo para dedicarlo a lo que nos apetezca).
5. Las consecuencias.
Demoledoras, sin más. Nos adentraríamos en una debacle absolutísima en cuanto a prestigio, profesionalidad, recompensa del esfuerzo, personal, con el equipo… y se verían afectados otros proyectos con estos mismos clientes y con otros que se merecen la misma atención e implicación por nuestra parte.
Al escribir el mail para comunicar nuestra decisión, solo le dedicamos una frase a justificar nuestra decisión tras agradecerles la confianza depositada en nosotros. Y por eso, les explicamos, paso a paso, lo que suponía cada uno de los puntos demandados, las soluciones técnicas que proponíamos y el coste económico de las mismas.
Además, les pasamos dos contactos de empresas de nuestra competencia que sabemos que pueden asumir este tipo de proyectos y son de nuestra máxima confianza, porque aunque no lo creas, con algunos de ellos nos admiramos y compartimos experiencias y proyectos.
Sinceramente, no fue fácil, pero creemos que es una de las decisiones de las que nos sentimos más orgullosos en estos últimos años.
En ocasiones, decir “NO” es un “SÍ” a futuro.